Rincones Cotidianos

martes, enero 29, 2008

27 + 1 = HOY

Hace días que no escribo y tenía ganas de decir: “Soy muy feliz” a pesar de todo, porque hoy que estoy llegando a los 28 años, me siento más grande, más maduro, pero igual en tantas cosas parece que no hubiera pasado este último año. Los últimos quince días de mis 27 han sido muy bonitos, he ganado mucho en seguridad, he ganado mucho en permitirme querer a alguien (aunque sea “imposible”), he ganado el haberla conocido y eso para alguien como yo vale montones, que ahora no queda más que creer en aquello de “cuidado con lo que deseas porque se puede hacer realidad”, pero sin miedo seguir adelante, sin planes, sin ruta, sin mapas, ya Dios dirá si esos ojitos de miel se terminarán posando en mi.
En este año he aprendido mucho profesionalmente, he crecido mucho y eso se siente, en eso sí he madurado más de lo esperado, por otro lado este blog me ha acompañado y me ha ayudado a sentir la compañía de la gente que por aquí pasa, ustedes no saben en los momentos que un comentario, un saludo, una frase llega, no tienen idea, gracias por pasar.
Mis amigos siguen ahí, en eso este año fue sólo de ganancias, es bonito abrir la puerta del corazón a gente nueva, especialmente cuando se tiene mucho espacio adentro para recibirles.
La consigna es cero planes pero mucho esfuerzo, no hay más que hacer, no rendirse, crecer en seguridad y crecer en cariño, lo demás viene por añadidura.

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jueves, enero 17, 2008

Siempre es la misma función, el mismo espectador

¿Por qué siempre que sucede igual pasa lo mismo? No importa si estas en Costa Rica en México o en China.
¿Por qué siempre una chica dulce, agradable, inteligente, bonita, que habla italiano (característica especialmente sexy) tiene que aguantarse a un imbécil que no hace más que maltratarla? ¿Por qué si en media hora que se acercó no hizo más que decirle seis o siete veces que está gorda? Cuando no es cierto y si lo fuera qué más da, todo lo demás que tiene supera por mucho eso de si tiene o no uno que otro kilo de más.
¿Por qué es que tanto los hombres como las mujeres aguantamos que un(a) imbécil que no se merece ni nuestro respeto nos trate como le plazca? ¿Por qué es tan tonto el corazón?
Y siempre pasa lo mismo, le encanta mi forma de ser, mi forma de ver las cosas, le encanta aprender de mi, como me dijo una amiga hace un tiempo: “eres todo lo que busco en un hombre, pero no eres el hombre que busco” y yo la verdad ya no sé lo que busco en una mujer, la idea general es que siempre selecciono a las candidatas equivocadas, y eso pasa en cualquier parte del globo terráqueo. Me consuela pensar que no podía ser, que esa es la razón, la distancia entre Guadalajara y San José hace que lo que se interpone entre nosotros sea más que lo que ella siente por el fulano ese, sino muchos kilómetros, algunas disposiciones empresariales y que ella me admira de una forma muy diferente a la que se necesita, ella desea aprender de mi, pero no en el mismo plano que yo quisiera aprender de ella, y por tanto no es justo el intercambio.

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domingo, enero 06, 2008

El sendero

A lo lejos una pequeña lamparita iluminaba el camino, lleno de árboles pero más lleno de oscuridad, ella se aferró fuerte a su mano, él se sintió bien, se sintió importante, se sintió protector, eso que a los hombres nos encanta, por más machista que parezca. Cuando dieron la vuelta en la esquina la imagen se tornó cada vez más lúgubre, el viento soplaba fuerte y el frío completaba la escena ¿Por qué tenemos que pasar por aquí? -preguntó ella- Bien sabes que este es el único camino posible- replicó él haciéndose el fuerte- aunque por dentro estaba igual de asustado, había recorrido ese sendero cientos de veces, nunca le pareció tan tenebroso como esa noche, -bien sabes que vale la pena- afirmó él y la tomó por los hombros, ella asintió.
Siguieron su camino presurosos, hace varios años ya que las parejas no subían a la montaña por la noche, la vista era hermosa, pero el riesgo de terminar asaltado o hasta muerto había puesto un portón invisible al lugar, pero ellos tenían una historia que debían terminar y la verdad no importaba si los asaltaban o hasta mataban, aquello era más importante.
Tenían ya varios años de conocerse, desde una vez que tropezaron en un pasillo de la universidad y de ahí en adelante siguieron tropezando juntos muchas veces en la vida y de muchas distintas maneras, hasta que llegaron a entender que en verdad cada uno estaba caído por el otro, dejaron esa farsa de estarse poniendo de pie y decidieron caer con gracia y de paso disfrutar del golpe.
Ella era muy sofisticada para él, sabía de moda, tocaba piano, sabía 4 idiomas, había viajado a Europa, apreciaba el arte, era toda una dama, él por su parte era un tipo simple, sencillo, callado, que sabía apreciar la belleza de la vida, pero huía de las frivolidades, apreciaba el arte que no llegaba a comprender y siempre quiso ser un artista, pero no llegó más que a médico, pero no tenía la clase para que esta clase de chica pusiera los ojos en él, eso le quedaba claro a todo el mundo menos a la chica en mención .
Entre más caminaban esa noche ella más lo admiraba, no se podía negar que tenía empeño, lo que más le gustaba de él era esa determinación, que lo llevaría a conquistar el mundo, no le cabía ninguna duda. Con el tiempo había aprendido a conocer su andar, sabía cuando algo le molestaba golpeaba más duro de lo necesario los pies contra el piso, zapateaba que se dice, cuando estaba feliz daba muchos pasos cortos, cuando estaba triste alargaba los pasos lentamente, como para rendirlos, esa noche caminaba más bien con algo de ansiedad, si bien es cierto el camino no tenía mucho que disfrutar era extraño en él, pues aunque era una persona que se ponía metas, normalmente le gustaba disfrutar el camino, sacarle el jugo al momento.
Aveces el amor llega hasta donde la admiración mutua soporta, no puedes amar a alguien a quien no admiras, el amor es admiración del otro y admirarse de lo que uno mismo es capaz de hacer por esa otra persona, y algunas veces eso de caminar por los senderos más oscuros hace que aprendas a admirar esa oscuridad profunda[...]

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jueves, enero 03, 2008

Que ganas de contar un cuento

Hace días que ando con ganas de contarles un cuento, y no un cuento de esos que hay en la oficina que si no se quien anda con el otro y que si fulanito le da vuelta a la esposa, sino un cuento para contar, para entretener, el problema es un tema de extensión, evidentemente nadie se va a leer las veintiresto páginas que compone cualquiera de los cuentos que me gustaría contarles, así que para no aburrir demasiado (ojo que dije demasiado no garantizo el no aburrimiento) se me ocurrio que voy a pegar unos extractos de un cuento, sí yo sé que no es lo mismo, que no cumplo con contar nada, pero bueno al menos voy a pegar unas escenillas de algún cuentillo de los que tengo por ahí, para que pasemos el rato...

A las ocho de la mañana, como durante los últimos ocho años, tomó el autobús en la paradita que queda frente a la pulpería de Don Fernando, a las ocho treinta ya había llegado a la oficina, le sonrío a la secretaria del primer piso, que tenía ya algunos meses en el puesto, pero él no había cargado el valor suficiente para hacer algo más que actuar recíprocamente con una sonrisa y de vez en cuando un corto hola o adiós. Tomo el ascensor hasta su oficina el cuarto piso, que en vez de ser una oficina era un pequeño cubículo arrinconado detrás de la basta y espaciosa oficina del jefe, con su minigolf propio y todo, pero él no se dejaba apantallar, tenía su tablero de dardos detrás de la puerta, no era conformista, pero ciertamente no ocupaba un espacio mayor, era feliz mientras no pensara en ello [...]
No obstante su vida le parecía vibrante, tal vez era por la diversidad de pensamientos que daban vuelta en su cabeza, era como si tuviera su propia dimensión, pero era justo en esos momentos en que lo despertaban de su sueño mágico las blasfemias que el viejo gruñón de su jefe vociferaba a los cuatro vientos luego de mencionar las cuatro letras que formaban su nombre “José” (su nombre eso era algo que aún recordaba) ese nombre que tantas veces había pensado el por qué se lo habían puesto, por simplicidad pensaba, tan corriente, José, ni siquiera un José Luis, un José Alberto, un José algo, pero no, el era José a secas, que después sus amigos cambiaron por Jose, no podía entender por que ni siquiera poseía un diminutivo, como sus amigos, memo, beto, tantos que habían, estos pequeños detalles eran los que para Jose se convertían en un problema gigantesco, algunas veces se ponía triste y pensaba que quizás su nombre era como él, “tan sin gracia”[...]
Bueno, regresando a aquel día que nos interesa, no eran ni las diez de la mañana pero ya había tenido llamadas de clientes insatisfechos, que le exigían realizar mejor su trabajo y sin ninguna clemencia terminaban con la frase –“Póngame a su Jefe”- y justo después de cada llamada el jefe salía y lo miraba de una forma que le hacía pensar –Ay si las miradas mataran – pero aún no le había dicho nada y el esperaba que continuara así, no por mucho tiempo, sólo por unos dos o tres años (ínfima era su petición, o al menos así lo pensaba)[...]

Ya eran las doce, escuchó las voces de sus compañeros -¿Jose vas a salir a almorzar?, y como siempre el viejo Jose (por decirle de algún modo) se levantaba refunfuñando acerca de cómo los placeres del cuerpo se anteponían a las necesidades de su mente (nunca pensó que comer también era una necesidad, física pero al fin necesidad), salía de su oficina lentamente, tomaba el ascensor como de costumbre, pero ese día discrepó en algo en vez de dirigirse a tomar su almuerzo a la misma soducha (Fonda, Soda, Restaurante de muy baja categoría, todo depende donde estemos) de siempre, decidió invitar a la bella chica que trabajaba como secretaria en el primer piso, salió convencido del ascensor, pero luego a su decisión le paso lo que a las bolas de nieve pero al revés, para usar una definición que el mismo le dio al incidente, aunque en realidad no sabía si eso pasaba en la vida real, pues el solo lo había visto en caricaturas, cuando una bola de nieve pequeñita se echaba a rodar colina abajo haciéndose cada vez más grande, pues eso le pasó a la decisión de Jose pero al revés como decía él, la dejó perdida en los dieciocho metros que separaban los ascensores de la recepción, y encontró más fácil esconder sus ansias y escapar por la gran puerta de cristal que comunicaba a la calle, y caminó rápidamente entre la multitud como si se quisiera perder entre ella (conducta muy normal entre nuestra sociedad sociológicamente hablando, pensaba Jose) y como de costumbre terminó en la misma mesa de siempre y como era predecible comiendo lo mismo[...]

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